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Algunas veces soy eso que la gente dice, otras no.-

lunes, 4 de enero de 2016

Abrigándonos el alma

Eran las 4 de la tarde en la plaza Vera de Corrientes y nos inundaba el sol radiante. El calor se reflejaba en cada rostro transpirado que cruzaba ante mis ojos, junto con los pasajeros que, apresurados, bajaban y subían de los colectivos, en busca de algún refugio para el sofocante verano avecinándose.
Yo me encontraba sentada en un cantero, esperando a una amiga, pero no sabía que también me hallaba esperando al destino, que me iría a regalar una porción de cielo aquella tarde.
No daba cuenta de lo que sucedía a mi alrededor, estaba sumergida en mis pensamientos, analizando mi interior, con la certeza de que la espera sería larga, y me puse a vagar con mi mente llevándola lejos de mi cuerpo. Había un par de cosas por acomodar, algún que otro sentimiento encontrado, más de una situación por resolver, peleas y conflictos entre mente y alma.
Para mi suerte (aunque al principio no lo creí así), no duró mucho mi ensoñación, por más que disfrutaba de esos instantes sagrados de Mc con Mc. Me distrajo cierta música -que no provenía de mi mente- que había empezado a sonar cerca mío. Siempre que se trata de ella, hace que mi atención se desvíe completamente, y la siga; más aún cuando se trata de un desconocido que se dispone a compartirla en medio de la calle.
Mi mirada direccionó hacia aquel muchacho de melena grande y pantalón divertido. No tardé en entusiasmarme con la melodía que provenía de la unión de guitarra y voz. No conocía la canción, pero sentía que mis oídos abrazaban la música y cada estrofa se paseaba por mis adentros, como sangre fluyendo por las venas.
Está ahí, eso que nos detiene y nos abriga. Esa sensación de alivio, de estar en casa pero lejos, de unir varios mundos en uno. Ella me atrajo hacia él.
Habrá pasado más de media hora mientras lo contemplaba con disimulo y marcaba con mis pies el ritmo de sus temas, pero no conseguí armarme de valor y acercarme a charlar.
Al rato, un señor se puso a conversarle, allí fue donde obtuve mi primer puñado de información de forma indirecta. Alcancé a oír que estaba de paso, antes de volver a su Córdoba natal por un tiempo, para luego encaminarse hacia Chile. Pasea conociendo lugares con su guitarra como compañera y la música como magia para atar complicidades.
Finalmente pensé, era hora de acercarme, antes de que se fuera. Deposité algunos pesos como pago del mini concierto que pude disfrutar, trueque de sonrisas mediante. Y todo fluyó.

Fue escaso el tiempo compartido, y tuve regresar a casa, con la incertidumbre de si él iría a recordar mi nombre para encontrarme luego. No intercambiamos números, existía la posibilidad de que ese chau quedara en una simple anécdota y se esfumase con el sol poniente. A veces eso es bueno, meditaba al cruzar el puente que divide Chaco y Corrientes, con cierta melancolía por lo fugaz, pero alegre por el encuentro casual. Nuevamente para mi suerte, en la era de las redes sociales, san facebook nos brinda la oportunidad de acortar distancias a la velocidad de un click. Y su memoria fue buena, porque recordó mi nombre y su mensaje fue bienvenido con una enorme sonrisa.
Lo bueno de esas redes es que nos permiten despojarnos de timidez a la falta de contacto personal. Y así fuimos: compartiendo, siendo, abriendo y cerrando puertas de nuestro ser para darnos.
De ese modo, nos fuimos domesticando, como el principito y el zorro. Empezamos a descifrar el misterio oculto detrás del envoltorio. Tanto él como yo teníamos desacomodados nuestros pedazos, todavía nos sabíamos estancados en un pasado lejano y en el lamento por nuestros amores perdidos. Quizás esa coincidencia, al mismo tiempo que una gran disparidad en cuestiones como religión o política, sirvió para ensamblar lo que a uno le faltaba, con lo que el otro tenía. Él era la pieza que rellenó parte de mi rompecabezas.
Si bien la distancia entre ambos se acrecienta -cada vez más-, ya que ahora él se encuentra en Chile y yo en Brasil, hemos ido enlazándonos con un intercambio de vidas, y hoy, de alguna forma, nos pertenecemos. No como amantes, no como amigos, simplemente como Tomás y Mc.

La música también ata cuerpos, Y esta vez fueron los nuestros.


Soy  Mc.-

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